AVISO A INTERESADOS: Para poder comprender este texto debes prestar tu máxima atención ya que puede llegar a ser algo confuso.
Quizás porque no me apasiona leer he aprendido a escuchar bien. Desde pequeña cuando una profesora nos explicaba algo yo prefería escuchar atentamente su explicación a tener que leérmelo tres o cuatro veces en casa. Si la comprendía a ella, sólo tendría que repasarlo en vez de estudiarlo.
Cuando alguien está explicando o contando algo, mi cabeza se centra en eso de manera que el resto de las voces sólo las oigo de fondo (aunque me molestan), sobre todo si el tema a tratar es interesante.
No creo que haya aprendido a escuchar con esta asignatura, sino que me he dado cuenta de cómo se escucha. Jamás pensé que para ello tuviera que asentar la cabeza, achinar un poquito los ojos o decir “sí” de vez en cuando. Precisamente digo “jamás lo pensé” porque creo que siempre lo he hecho aunque no me daba cuenta de que lo hacía. Si alguien me está hablando no puedo permitirme el lujo de apartar la concentración de él para pensar: cuando acabe esto le digo que sí, ahora es cuando tengo que sonreír, en un rato muevo un poquito la cabeza o… ¿Tendré cara de interesada?
En cuatro meses he aprendido a hacer que no escucho escuchando y a hacer que escucho sin escuchar y os aseguro que es muy útil. Pero lo mejor de todo es que he aprendido a hacer sentirse a una persona escuchada y eso es muy importante. Debemos utilizar un poco nuestra empatía y pensar que si fuéramos nosotros los que estuviéramos ahí delante, nos gustaría que la gente se interesase en lo que contamos.
Siempre me ha encantado escuchar; que me cuenten cuentos, historias o vidas enteras.
Mi conclusión es que jamás dejaré de escuchar y aún que me quedara sorda, seguiría escuchando porque no sólo se escucha a través de los oídos sino que también se hace a través de los gestos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario