martes, 23 de noviembre de 2010

La leyenda de la crin de piedra

El condestable Don Álvaro de Luna, a principios del siglo XV, era noble y dueño de numerosas fincas. Tenía un castillo en Escalona (Toledo) y solía ir a cazar a una pequeña aldea cercana llamada Pelahustán.

Uno de esos días fríos y nublados que estaba allí de caza, fue avisado por un criado de que su más apreciado labrador estaba terriblemente enfermo. Entonces, Don Álvaro acudió con el médico, Don Enrique, para ver su estado. Una vez que le hubo reconocido, dijo que la única cura posible sería con un medicamento que no tenían en ese lugar pero que podrían conseguir si acudían al Castillo de Montalbán, en Ávila, al otro lado de la Sierra de Gredos.

El hijo del enfermo, Julián, que era un gran jinete, se ofreció a ir a por el medicamento. Don Enrique le advirtió del peligro por el frío, la niebla, el largo trayecto y la prisa, ya que sólo disponía de un par de días para salvar la vida del labrador. Julián luchó contra todos los obstáculos hasta que consiguió el medicamento de su querido padre.

Cuando ya casi estaba llegando, en el camino de Cenicientos, su caballo tropezó del agotamiento, con tan mala suerte que tanto el animal como el jinete fallecieron en el acto y el labrador no pudo ser curado.

Desde entonces, dicen que el viento de aquella fría noche pulió una roca poco a poco y hoy en día se ve reflejada la crin del luchador caballo.

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